La herencia
La herencia de Antonio Pardés fue absolutamente desproporcional.
Roberto, el hijo menor, recibió solo el 3 %, mientras que Julio, el mayor, el 47 %.
Su viuda, el 50 %, pero como estaba internada en un hospicio, Julio fue nombrado su administrador, disponiendo practicamente del 97 %.
El menor nunca se quejó de la distribución.
Pensó que era lo correcto por ser Julio el primogénito.
Entre otros bienes heredaron una empresa de mas de quinientos empleados, Julio ,el principal accionista, asumió el cargo de director general y Roberto, el de director de operaciones. En la práctica, el burro de trabajo.
Vivían en la majestuosa mansión que había sido de los padres. Situada en el barrio de la elite de la ciudad, en lo alto de la colina,
Julio, con su esposa e hijos, ocupó toda la planta alta y Roberto con su esposa, el pequeño departamento de huéspedes de la planta baja.
Compartían el servicio domestico y la antigua cocinera preparaba las cenas que la mucama les servía en el comedor.
Julio se sentaba a la cabecera de la mesa de caoba construida especialmente para el viejo Pardés. Roberto a su derecha.
El primero solía comentar jocosamente:
-¡ Roberto es mi mano derecha. En los negocios y hasta en las comidas! Y se reía tomando tomando con ambas manos la mesa como si fueran la riendas de un carro !
El aludido bajando la cabeza, esbozaba una tímida sonrisa .
Julio hacia sentirse a Roberto imprescindible. Que el no sería nada sin su ayuda.
De chicos siempre fue igual, los mejores juguetes, la primer bicicleta, las caricias, fueron para el primogénito. El segundo se conformó con los usados.
-¡Probados! -Le decía el hermano- ¡ Te doy los mejores!
El casamiento de Julio fue una fiesta principesca.
Roberto se casó en una cantina.
El padre no estuvo presente.
La novia, embarazada. No precisamente de Roberto.
Roberto hacía imprevistos viajes de negocios enviado por Julio.
Por la noche, casualmente, Julio visitaba a su cuñada.
Pero Roberto admiraba a su hermano, lo tenía en un pedestal, como prócer de plaza.
Nunca dudaba de Julio ni de su amor fraterno.
Este le sonreía y le palmeaba la espalda diciendo:
-¡ Hermanito, hermanito...! y Roberto lo miraba embelesado
Solía pedirle que le cuente de su infancia, Julio le contaba historias prestadas de un pasado alegre.
Cuando la madre murió. Julio como administrador, se adjudico toda la herencia. Roberto comenzó a sospechar del hermano. El pretexto de la primogenitura ya no era válido.
En uno de esos viajes urgentes que Julio le organizaba, dejó irse al tren, tomó un café en un bar de la estación y volvió a medianoche a la casa. Encontró a su esposa acostada con Julio. Su mujer alegó un ataque de pánico.
Julio, sonriendo, le dijo: -¡ Hermanito, creeme, mi presencia la calma!
Roberto se hizo el tonto y fueron todos a dormir.
Al día siguiente, a la vuelta del trabajo, se sentaron a comer, faltaba el hermano menor. Julio no importandole lo que podría haberle pasado, dijo:
-¡Comamos... ya va a venir!
En ese momento sintió los dos caños de la escopeta de caza del padre en su nuca.
Era Roberto que la sostenía con una mano. Con la otra le palmeó la espalda a Julio diciendo en tono irónico:
-¡ Hermanito, hermanito...!- Y siguió irritado.-¡ Es la hora de la verdad!
Julio le pidió permiso para levantarse.
Roberto consintio pero siguió apuntándole.
Julio fue hasta su escritorio.
Abrió un cajón.
Rebuscó un poco y de un doble fondo sacó el diario que escribía el padre.
Lo abrió en una página marcada con una cinta roja.
-¡Tomá, lee aquí !- Le dijo con un brillo en los ojos.
Roberto apoyó el arma en el escritorio.
Leyó el título.
"19 de marzo, 1957"
- Mi cumpleaños- Pensó.
Leyó la primera línea:
-" Hoy nació el hijo de mi esposa con Roberto el jardinero.
¡Que el diablo lo mantenga es su seno! Del bastardo, ya nos ocuparemos"
Beer Sheva, 15 de marzo de 2012
Daniel Kritz