¿Leyeron Mila 18 ?
Hace unos cincuenta años estábamos en un pic-nic de beneficencia en los jardines del " Hogar Israelita para ancianos", comúnmente conocido como el Asilo de Burzaco.
Yo había ido con mis padres, también vinieron el tío de mi mamá, Isaac con su esposa, la tía Esther, y una pareja de amigos de los tíos, cuyos nombres no consigo recordar.
Hasta las cuatro de la tarde fue una velada agradable, después del almuerzo, a eso de las tres y media, pasamos a "la hora del mate con biscochitos". (Beber mate, una infusión típica en Argentina, Uruguay y Paraguay, que es imprescindible en toda reunión familiar o de amigos). Se conversó de varios temas triviales, hasta que llegamos al típico:
-¿Leyeron...?
Y ahí mencionaron el último libro de moda del momento que habían leído.
Estábamos en 1962, hacia poco que había salido la versión en español de Mila 18, de León Uris. Libro que tenía por título, el nombre de la calle donde estuvo la comandancia de la resistencia judía del Gheto de Varsovia.
Uris había hecho un buen trabajo de investigación y relataba los hechos por medio de una novela histórica.
La pregunta de mi madre fue justo esa:
-¿Leyeron Mila 18 ?- Me puso muy orgulloso el nivel cultural de mamá, además yo también lo había leído, ¡prácticamente devorado! Por eso esperaba las respuestas con ansiedad.
Algunos de los presentes contestaron afirmativamente e incluso opinaron sobre el libro.
Cuando hubo un instante de silencio, tomo la palabra la amiga de los tíos de mamá, una mujer de aspecto sufrido, de unos cuarenta, cuarenta y cinco años. A su marido, que callaba a su lado, se le ensombreció la mirada.
-Yo les puedo contar algo que nos es novela, como la de León Uris… ¡Lo hemos vivido en carne propia!- Por supuesto que aceptamos y ahí comenzó su relato:
-Hasta la segunda guerra mundial, vivíamos en Varsovia. Después, por la persecución nazi huimos a un pueblito de las afueras. Y cuando sus hordas llegaron ahí, nos escapamos a los bosques.
Teníamos una bebita de pocos meses, fue una odisea sobrevivir, sobre todo con una criatura. Al final, para aunar fuerzas, nos juntamos a otras dos parejas sin hijos que también huían. Éramos un ejercito de seis desesperados y una bebita. De día nos escondíamos, de noche continuábamos huyendo.
Inclusive estuvimos un tiempo con los partisanos polacos. Muchos de ellos odiaban tanto a los judíos como a los alemanes. Ademas, su principal arma de defensa era el estar en continuo movimiento. Por eso tuvimos que separarnos, pues no podíamos soportar ni su ritmo ni los insultos ni las acusaciones de ser los culpables de todo la desgracia polaca.
El cerco nazi se iba estrechando, y eran muchos los lugareños que delataban a los fugitivos judíos, algunos por el propio odio que le tenían, otros por el temor a la Gestapo.
Finalmente después de muchas peripecias llegamos a una aldea, mi marido se acercó a una panadería a pedir un poco de pan viejo ¡el hambre podía mas que el miedo!
El panadero, que era un buen cristiano, se dio cuenta de la situación por la gran cantidad de pan que llevaba ¡Era demasiado para una sola persona!
Le preguntó, si estaba huyendo y cuantos éramos. No se por que, pero mi esposo confió en el y le contó todo. El buen hombre se ofreció a escondernos en un sótano que tenía. Además le dijo que nos apresuremos pues sabía de buena fuente que los alemanes se acercaban con rapidez. Se lo había contado el policía del pueblo cuando vino a comprar pan -
La amiga de los tíos paró unos segundos para juntar fuerzas para proseguir. A esta altura del relato, estábamos todos atrapados por la historia. Nuestro silencio enmarcaba sus palabras y el ruido de fondo de la otra gente a nuestro alrededor, parecía el de una película, que solo realza la voz de la protagonista. La mujer continuó con su historia.
- Bajamos todos por una puerta trampa que estaba debajo del mostrador, estaba muy oscuro y la única luz que había, era la que se filtraba entre las tablas del piso.
La altura del sótano no llegaba al metro y medio, no podíamos estar parados. Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la penumbra vimos que tenía unos dos metros y medio de largo por uno y treinta centímetros de ancho. Si queríamos acostarnos, solo por turnos.
El panadero estaba en lo cierto, pues pronto pasó una patrulla alemana revisando todas las casas.
Nos callamos con un silencio de tumba ...¡y por suerte la beba dormía!
Cuando los soldados se fueron, el panadero nos trajo una olla de sopa, que fue la primera comida caliente en muchos días. El hombre nos dio una única cuchara con la cual comimos todos, sin asco ni temor a contagiarnos de dos compañeros de fuga que estaban enfermos de tifus. Hasta ese momento parecía que Dios nos protegía e inmunizaba de cualquier mal.
- Nuevamente la señora paró unos instantes y respiró hondo. El marido seguía callado y tenía la mirada perdida en el pasado. La mujer, con lágrimas en los ojos, continuó.
- Pasaron algunos días y el santo hombre, nos daba el pan viejo del día y la olla de sopa, que a pesar de su pobreza no olvidaba de traernos junto con las noticias del día que le traían los clientes. Los compañeros enfermos no se curaban pero igual seguíamos comiendo con la misma cuchara.
Un triste día llegó de improviso un gran contingente de nazis, el ruido de las motos, de los camiones, del griterío y del taconeo de las botas, era ensordecedor. Comenzaron a revisar todo, hasta el último rincón ¡El panadero patió el suelo tres veces! Era la señal convenida para avisarnos que entraban los soldados-
En esta parte del relato, el marido se alejo y ella bajo la voz, como si le costara relatar lo que seguía. Todos nos acercamos en círculo para poder escucharla mejor. Ella continuó con un hilo de voz entrecortado.
- Justo en ese momento nuestra hijita comenzó a llorar ¡ A pesar de la poca fuerza que tenía por la mala leche con que la amamantaba, hacía un ruido infernal... intenté calmarla pero no lo logré...nos iba delatar...!- Aquí se le hizo un nudo en la garganta, Las lagrimas la atragantaban... al final continuó:
¡Los nazis se fueron ...nuestra hijita ya no estaba mas!
Daniel Kritz, 27 de enero de2011
Hace unos cincuenta años estábamos en un pic-nic de beneficencia en los jardines del " Hogar Israelita para ancianos", comúnmente conocido como el Asilo de Burzaco.
Yo había ido con mis padres, también vinieron el tío de mi mamá, Isaac con su esposa, la tía Esther, y una pareja de amigos de los tíos, cuyos nombres no consigo recordar.
Hasta las cuatro de la tarde fue una velada agradable, después del almuerzo, a eso de las tres y media, pasamos a "la hora del mate con biscochitos". (Beber mate, una infusión típica en Argentina, Uruguay y Paraguay, que es imprescindible en toda reunión familiar o de amigos). Se conversó de varios temas triviales, hasta que llegamos al típico:
-¿Leyeron...?
Y ahí mencionaron el último libro de moda del momento que habían leído.
Estábamos en 1962, hacia poco que había salido la versión en español de Mila 18, de León Uris. Libro que tenía por título, el nombre de la calle donde estuvo la comandancia de la resistencia judía del Gheto de Varsovia.
Uris había hecho un buen trabajo de investigación y relataba los hechos por medio de una novela histórica.
La pregunta de mi madre fue justo esa:
-¿Leyeron Mila 18 ?- Me puso muy orgulloso el nivel cultural de mamá, además yo también lo había leído, ¡prácticamente devorado! Por eso esperaba las respuestas con ansiedad.
Algunos de los presentes contestaron afirmativamente e incluso opinaron sobre el libro.
Cuando hubo un instante de silencio, tomo la palabra la amiga de los tíos de mamá, una mujer de aspecto sufrido, de unos cuarenta, cuarenta y cinco años. A su marido, que callaba a su lado, se le ensombreció la mirada.
-Yo les puedo contar algo que nos es novela, como la de León Uris… ¡Lo hemos vivido en carne propia!- Por supuesto que aceptamos y ahí comenzó su relato:
-Hasta la segunda guerra mundial, vivíamos en Varsovia. Después, por la persecución nazi huimos a un pueblito de las afueras. Y cuando sus hordas llegaron ahí, nos escapamos a los bosques.
Teníamos una bebita de pocos meses, fue una odisea sobrevivir, sobre todo con una criatura. Al final, para aunar fuerzas, nos juntamos a otras dos parejas sin hijos que también huían. Éramos un ejercito de seis desesperados y una bebita. De día nos escondíamos, de noche continuábamos huyendo.
Inclusive estuvimos un tiempo con los partisanos polacos. Muchos de ellos odiaban tanto a los judíos como a los alemanes. Ademas, su principal arma de defensa era el estar en continuo movimiento. Por eso tuvimos que separarnos, pues no podíamos soportar ni su ritmo ni los insultos ni las acusaciones de ser los culpables de todo la desgracia polaca.
El cerco nazi se iba estrechando, y eran muchos los lugareños que delataban a los fugitivos judíos, algunos por el propio odio que le tenían, otros por el temor a la Gestapo.
Finalmente después de muchas peripecias llegamos a una aldea, mi marido se acercó a una panadería a pedir un poco de pan viejo ¡el hambre podía mas que el miedo!
El panadero, que era un buen cristiano, se dio cuenta de la situación por la gran cantidad de pan que llevaba ¡Era demasiado para una sola persona!
Le preguntó, si estaba huyendo y cuantos éramos. No se por que, pero mi esposo confió en el y le contó todo. El buen hombre se ofreció a escondernos en un sótano que tenía. Además le dijo que nos apresuremos pues sabía de buena fuente que los alemanes se acercaban con rapidez. Se lo había contado el policía del pueblo cuando vino a comprar pan -
La amiga de los tíos paró unos segundos para juntar fuerzas para proseguir. A esta altura del relato, estábamos todos atrapados por la historia. Nuestro silencio enmarcaba sus palabras y el ruido de fondo de la otra gente a nuestro alrededor, parecía el de una película, que solo realza la voz de la protagonista. La mujer continuó con su historia.
- Bajamos todos por una puerta trampa que estaba debajo del mostrador, estaba muy oscuro y la única luz que había, era la que se filtraba entre las tablas del piso.
La altura del sótano no llegaba al metro y medio, no podíamos estar parados. Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la penumbra vimos que tenía unos dos metros y medio de largo por uno y treinta centímetros de ancho. Si queríamos acostarnos, solo por turnos.
El panadero estaba en lo cierto, pues pronto pasó una patrulla alemana revisando todas las casas.
Nos callamos con un silencio de tumba ...¡y por suerte la beba dormía!
Cuando los soldados se fueron, el panadero nos trajo una olla de sopa, que fue la primera comida caliente en muchos días. El hombre nos dio una única cuchara con la cual comimos todos, sin asco ni temor a contagiarnos de dos compañeros de fuga que estaban enfermos de tifus. Hasta ese momento parecía que Dios nos protegía e inmunizaba de cualquier mal.
- Nuevamente la señora paró unos instantes y respiró hondo. El marido seguía callado y tenía la mirada perdida en el pasado. La mujer, con lágrimas en los ojos, continuó.
- Pasaron algunos días y el santo hombre, nos daba el pan viejo del día y la olla de sopa, que a pesar de su pobreza no olvidaba de traernos junto con las noticias del día que le traían los clientes. Los compañeros enfermos no se curaban pero igual seguíamos comiendo con la misma cuchara.
Un triste día llegó de improviso un gran contingente de nazis, el ruido de las motos, de los camiones, del griterío y del taconeo de las botas, era ensordecedor. Comenzaron a revisar todo, hasta el último rincón ¡El panadero patió el suelo tres veces! Era la señal convenida para avisarnos que entraban los soldados-
En esta parte del relato, el marido se alejo y ella bajo la voz, como si le costara relatar lo que seguía. Todos nos acercamos en círculo para poder escucharla mejor. Ella continuó con un hilo de voz entrecortado.
- Justo en ese momento nuestra hijita comenzó a llorar ¡ A pesar de la poca fuerza que tenía por la mala leche con que la amamantaba, hacía un ruido infernal... intenté calmarla pero no lo logré...nos iba delatar...!- Aquí se le hizo un nudo en la garganta, Las lagrimas la atragantaban... al final continuó:
¡Los nazis se fueron ...nuestra hijita ya no estaba mas!
Daniel Kritz, 27 de enero de2011
Mi amigo Miguel junta jarritas de cerveza. En cada viaje trae por lo menos una.
Pero yo colecciono algo mas simple y barato, colecciono rostros.
Cuando espero en la consulta de un medico, en una estación de tren o la parada de algún ómnibus, observo a la gente.
Siempre hay una cara muy singular. La observo detenidamente, la describo y la guardo en la memoria. Tengo una lista, solo escribo la fecha y una pequeña descripción. 25 de junio de 2010 la cara de vaca...13 de agosto de 2011 la cara de sifonero, etc.
La cara que mas me impresionó fue la de aquel hombre del ómnibus ...
Pensé para agregar a mi lista : 6 de noviembre de 2012 la cara de muerte..
Tres paradas mas adelante apretó la campanilla y bajó.
Mientras bajaban otros pasajeros el hombre cruzo la avenida por delante del ómnibus.
Escuché el chirriar de los frenos y los gritos de la gente.
Bajamos los curiosos y los que intentaron ayudarlo.
Entre los últimos había un médico.
Apartó a los demás y se arrodillo a su lado para revisarlo.
-¡No hay nada que hacer!- dijo – está muerto...
Daniel Kritz