Fue la semana pasada, el día del cuento de Mujica Lainez ¿Se acuerdan? Al
final de la clase Andrea nos pidió como consigna, que escribiésemos una
anécdota cotidiana. Un cuento con un elemento fantástico o con uno real pero
asombroso. ¡No se me ocurría nada!
Generalmente, al salir del Instituto Cervantes, camino unos pocos metros y ya tengo una idea esbozada.
Como de costumbre, salí casi corriendo hasta el ¹Kikar Dizengoff para no
perder el cinco que me lleva a la estación de ómnibus. Son diez minutos de viaje que me
encantan, la gente sentada en los cafés tomando algo y charlando. Miro por la
ventanilla y tengo la sensación que participo un poco de la bohemia de Tel
Aviv.
Llegué poco después de las ocho. Detesto la mezcla de viajeros y lumpen de
las estaciones pero tuve que soportarlo esperando hasta las ocho y media.
Con el motor en marcha había parado un 370, el ómnibus que me lleva a
Beer Sheva. Noté que era un poco diferente de los acostumbrados, con líneas más
aerodinámicas. Felicité mentalmente a la compañía por renovar la flota. Cuando
subimos, el chofer nos pidió a uno por uno que usásemos el cinturón de
seguridad.
-¡La compañía decidió aplicar las nuevas normas de tránsito!- Nos dijo.
Me lo puse y todos los demás también.
El ómnibus partió y me dediqué a espiar la intimidad de las casas a
través de sus ventanas iluminadas.
Ya en la ruta, saqué mi iPad,
intenté escribir pero me venció la modorra y comencé a dormitar con la cara
alumbrada por la pantalla.
Pasados unos minutos, no se cuantos, entre dormido percibí que no sentía
la vibración ni el ruido del asfalto. Supuse que el ómnibus estaba parado.
En ese balanceo de vigilia y sueño que
tenemos cuando viajamos, venció el último y volví a dormirme.
Pero algo me molestaba a pesar de
estar dormido ¡Sentía la aceleración, inclusive muy fuerte, más de lo normal!
Sobresaltado abrí los ojos, miré por la ventanilla y no vi nada.
Estaba todo obscuro.
Me quise levantar pero no pude desabrochar el cinturón, estaba trabado.
Solo cuando el ómnibus comenzó a hacer una curva sentí que se inclinaba
hacia la izquierda.
Amedrentado volví a mirar hacia fuera y no pude creer lo que estaba
viendo.
¡Era la costa de Tel Aviv,… volábamos sobre el Mediterráneo!
Volví mi mirada al interior.
Mi compañero de asiento dormía profundamente y a mi derecha un muchacho
estaba absorto en su notepad. El resto del pasaje ¡como si estuviesen viajando
en la ruta ²seis!
El ómnibus o lo que sea, volaba a una velocidad asombrosa.
Pasamos cerca de un Airbus. En una escena surrealista el chofer saludó
con la mano y sus pilotos le respondieron el saludo como si fuera la cosa más
normal del mundo.
Miré hacia el mar y vi un transatlántico iluminado camino a Europa.
Perdí la noción del espacio y del tiempo.
Llegamos a Grecia, a Atenas particularmente, pues vi el Partenón.
Mi " aerómnibus" había hecho un vuelo rasante sobre la ciudad.
Paseamos por toda la costa del Mediterráneo. Por último se dirigió
raudamente en dirección a Italia. También pude ver el Coliseo Romano y el
Vaticano porque voló bajo como en Atenas.
Ahí noté que regresábamos a Israel.
No tenía con quien conversar, mi compañero todavía estaba profundamente
dormido y el del notepad seguía en los suyo.
Apoyé mi cabeza en el respaldo, estire las piernas y me agarre con fuerza
de los apoya brazos esperando con incertidumbre mi destino.
La suavidad del vuelo, mi cansancio y el estado de shock, me hicieron
dormitar nuevamente.
De pronto me despertó el sonido de mi celular que estaba sonando.
Atendí, era Claudia mi mujer que me preguntaba por donde andaba. Vi que
pasábamos el cruce de Beit Kama.
Se lo dije.
Ahí me di cuenta que sentía nuevamente el asfalto y el ruido del viaje
-¿Que te pasa? ¡Tenés la voz rara!- Me dijo.
- ¡No, es que vengo de Europa!- Le respondí.
-¡Que!... ¿Como?- Preguntó con asombro.
-¡No, nada...bromeaba! Le contesté, imaginando la ambulancia del psiquiátrico esperándome
junto a Claudia.
-Bueno, te espero en la parada- Me respondió y cortamos.
El tipo que estaba al lado mío se despertó y miró por la ventanilla.
Pensé comentarle algo pero me pareció más saludable abstenerme.
Probé el cinturón de seguridad, estaba destrabado. El muchacho del
notepad seguía escribiendo.
Miré el reloj, había pasado poco
menos de una hora de viaje.
En esos últimos minutos que me faltaban traté de digerir lo que había ocurrido.
Llegué a la única conclusión lógica posible: había soñado, era todo
demasiado ³ onírico.
Ya se veía la torre de la compañía de electricidad a la entrada de Beer
Sheva.
Llegábamos, apreté la campanilla y me dirigí a la parte delantera.
El ómnibus se detuvo y se abrió la puerta.
Antes de bajar, le dije gracias al
chofer como es mi costumbre, pero sin comentarios.
Este, sonriendo de oreja a oreja, me miró unos instantes, me guiñó un ojo
y me dijo:
-¡Lindo vuelo! ¿No?
Daniel Kritz,
25 de Mayo de 2011
¹Rotonda en
hebreo. El Kikar Dizengoff es un punto neurálgico de Tel Aviv.
² Única autopista de pago de Israel que la recorre de norte a sur.
³Relativo a los sueños. Decir, por ejemplo, "un paisaje onírico"
es sostener que ese paisaje que vemos nos recuerda imágenes de nuestros sueños,
las que son casi siempre extrañas o ilógicas.
Puede, en cierto contexto, relacionarse lo onírico con el surrealismo